La educación emocional en la formación profesional del maestro
Emma Medina Carballos
Ananays García Peña
Yannia Torres Pérez
Volumen: 15
Número: 1
Recepción: 09/09/2022 Aprobado: 20/12/2022
El concepto de inteligencia emocional en sus inicios explicaba ciertos aspectos del
comportamiento humano, pero que no respondían exclusivamente al aspecto cognitivo,
sino que implicaban las emociones. Howard Gardner postulaba un amplio espectro de
inteligencias con siete variedades claves, entre las que se incluían las inteligencias
“intrapersonal” e “interpersonal”. Las tesis de Gardner (1994) abrió el camino del
desarrollo de una tesis que afirmaba la importancia de las vivencias afectivas
(emocionales) y sociales en el desarrollo de la persona, así como en el éxito que
pudiera obtener en su interacción con el entorno.
En 1990, Mayer y Salovey fueron los primeros en acuñar el término de “inteligencia
emocional”, definiéndola como “la forma de inteligencia social que implica la capacidad
de supervisarse a uno mismo y a otros, sus sentimientos y emociones, para diferenciar
entre ellos y utilizar esta información para conducir el pensamiento y la acción” (citado
en Bisquerra, 2009, p. 128).
La definición de inteligencia emocional fue enriquecida por sus autores, pero no es
hasta 1995 en el que este concepto adquiere gran difusión en la obra Daniel Goleman
titulada Emotional Intelligence. El propio autor en el año 2002 propuso un modelo de
inteligencia emocional que incluyó cuatro aptitudes agrupadas en dos grandes tipos de
competencias: la personal y la social. La personal impactaría directamente en el tipo de
relación que uno entabla consigo mismo; en la social, definiría el tipo de vínculos que
se establecen con los otros.
En otras palabras, la inteligencia emocional se entiende como una capacidad para
reconocer, percibir y valorar las propias emociones, así como para regularlas y
expresarlas en los momentos adecuados y en las formas pertinentes de los cual no
todos somos competentes. Se destaca asimismo el papel de las emociones haciendo
hincapié en la necesidad de educar la dimensión emocional del ser humano junto a su
dimensión cognitiva, tarea en la que se ha centrado tradicionalmente el entorno
educativo. Estos dos componentes de la mente aportan recursos sinérgicos: el uno sin
el otro resultan incompletos e ineficaces. Buitrón y Navarrete (2008) plantean que:
La educación emocional es entendida como el desarrollo planificado y sistemático de
programas educativos que promueven la inteligencia emocional. Esta aparece como
una respuesta consecuente y acertada a las necesidades planteadas. Es un
complemento indispensable de desarrollo cognitivo y una herramienta fundamental en
la prevención de problemáticas sociales y comprende la promoción del desarrollo de
las competencias emocionales, a través de una programación sistemática y
progresiva, de acuerdo a las edades de los alumnos que, idealmente, se combinen con
el currículo y acompañen el aprendizaje de conocimientos y habilidades. En las
universidades, dicha aproximación se hace necesaria en todos los años y las carreras,
máxime en la formación del personal docente. (p. 3)
El desarrollo de las competencias emocionales del docente debe ser el primer paso
para comenzar la transformación educativa. El maestro emocionalmente inteligente
debe contar con los mecanismos de autorregulación y adaptación a los retos y
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