La crónica de Jesús Orta Ruiz en Cristal de aumento
Alberto Velázquez López
Volumen: 17
Número:3
Año: 2025
Recepción: 05/02/2025
Aprobado: 07/06/2025
Artículo de revisión
En Diálogo sin voz, hay otra historia de vida, de aquel viaje en tren cuando descubre
que: “cuántas bellas palabras pueden decir los ojos / de una mujer que sube al tren, /
mira unos instantes, baja y se va” (p. 56), queda en el cuestionar del hombre que se lo
pregunta todo y uno se repite hoy las mismas interrogantes porque un día también se
las pudo haber hecho ante “el verbo mudo de tu mirada / y la voz de tus ojos me dijo
que eras buena… (y) venías a mi verso como el mar a la arena” (p. 57).
Los humanos somos dualidad: bestia y ángel, en “la tierra, nacidos para el vuelo” (p.
58), todo lo cual lo puede un beso. El beso es protagonista de muchas escenas, de
amor, cariño, paternidad. La familia está toda viva, en la madre, “con su santa
paciencia” y sus santos de yeso, “-ciegos, sordos, mudos” (p. 174), en una esquina de
la casa para que el viento no la tumbara, “no importa que diez veces / haya tumbado a
casa” (Ídem), la madre, siempre con una disculpa ingenua, vuelve a montar el mismo
altar. El padre, “Blasfemo como los carreteros atascados” (p. 141), siempre pide a Dios,
aunque no logra despertarlo, su velorio es una fiesta grande “humorista constante de su
tragedia” pero fue una pesadilla. Heredó del padre la poesía, aunque es analfabeta, con
desenfrenos, desafinado, pero con poros de heroísmo.
Para el hijo ausente, Elegía de la semana santa, La vuelta al sueño, quizás también
Elegía ante un retrato, El huésped, Regreso, Señora Santa Ana, Elegía del cuchillo,
Ante mis ojos, Elegía del lápiz, Solamente así, todos de dolor. La añoranza está ahí,
sentada junto al poeta que vive de los recuerdos y de las situaciones, se despierta y
reflexiona que “Los niños deben / alegrar a los muertos” (p. 97). Cuando el bullicio es
música. Es otra crónica a los hijos que cantan y retozan “Los voy a regañar, / pero me
llega como ráfaga fría / el silencio del niño que no juega, / que no puede jugar. / Desisto
del regaño / y me pongo a escuchar como una música / el bullicio que crece” (p. 257).
La ternura paternal ante la ausencia y dar realmente vida a los vivos.
Los hermanos están presentes también, la mayor que “sigue siendo la niña de la casa”
(p. 143). Eduardo, quien “reía con risa anticipada” la imagen del hombre con guayabera,
montado a caballo, con sombrero de guano y vocear vaquero. A José, el bromista, le
hace una crónica a su velorio y cierra con que “no me dio la impresión de un rostro triste
/ porque no parecías estar muerto / sino pensando seriamente un chiste”. Para Adelaida
una elegía, también de despedida, el hecho de que su llamada a él fuera su último
decir. Armando es el otro hermano, “zapatero y cuentero de alma buena”, pero que, a
pesar de haber remendado tantos zapatos, “al fin no pudo remendar su vida”.
Reconoce que en la vida “Todo retoña y es canción florida”, mientras se pregunta:
“¿Por qué no hay primavera en la vida que vuelvan y hagan retoñar el sueño?”
No solo el pasado lejano está en su ventana, a sus pies también está el Poema trágico
que parece chusco, cuando “La enfermera con faz de virgen blonda / toma en el
terciopelo de su mano, / sin escrúpulo, el pene del anciano / y le introduce con piedad la
sonda” mientras el poeta es capaz de sacar una sonrisa, seguro que a la propia
enfermera y ahora a todos, cuando concluye diciendo que: “pero siente pudor el pobre
viejo / que exprimió la naranja de la vida / y hoy viene al hospital con el hollejo”.
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