La oratoria académica: una exigencia de la formación científica
Alberto Velázquez López
Volumen: 15
Recepción: 07/06/2022
Número: 1
Aprobado: 13/12/2022
presenciales y virtual, así como del crecimiento de publicaciones y la disposición de
materiales audiovisuales a disposición de toda la comunidad científica.
Hoy no se trata solo de acceder a esas informaciones, también hay que estar
preparados para general productos audiovisuales, impartir conferencias, participar en
debates y para ello hay que dominar los recursos de la comunicación y en especial de
la comunicación científica. Ser capaz de impartir una clase en línea haciendo uso de las
tecnologías, aplicar didácticas novedosas y discursos funcionales.
En Cuba, la educación introducida por los colonialistas españoles a partir del siglo XVI,
al ser religiosa presta atención a la enseñanza de la oratoria, de aquí que estuvo
contemplada en las escuelas. Durante el siglo XIX, siglo de la ilustración isleña, están
las lecciones de Félix Varela (1788-1853), quien desde la filosofía y la Lógica deja
sentado el valor del conocimiento y las ideas, sus regularidades. José de la Luz y
Caballero (1800-1866), José Martí (1853-1895), Enrique José Varona (1849-1933) y
muchos otros que se consagraron a inculcar el arte de la oratoria en sus discípulos y
ellos mismos fueron grandes oradores, quienes desde sus seminarios teológicos u otras
instituciones y en diversas circunstancias hicieron valiosos aportes en la educación de
este arte, convertido en fuente de formación ideológica para la disposición de la
identidad nacional como una cultura de liberación, independencia y re-creación de la
cultura hispana, en la que el valor de la oratoria como arte implica un saber pensar y un
compromiso ante la colectividad humana que va a ser la “Patria”.
Acerca de Félix Varela, Ramón Zambrana en sus Trabajos Académicos plantea:
Habrá quien ostente más erudición, más lujo de frase y más habilidad, si se quiere, en
recurrir a pruebas extraordinarias para sostener sus opiniones, pero no quien manifieste
más exactitud y severidad en sus investigaciones, ni un juicio más sólido y certero, ni
una sencillez más persuasiva; ni quien mejor interrogue a la naturaleza, ni quien con
más claridad explique sus leyes bienhechoras, ni quien con más firmeza y tino nos
conduzca por sus senderos. Varela explica y todos le comprenden, porque jamás se
extravía en esas oscuras especulaciones a que conducen muchos de los peregrinos
sistemas de nuestra época. Varela presenta los fundamentos de la ciencia filosófica, y
nada parece más fácil y comprensible que ésta ciencia, cuyo nombre es seguro el más
imponente para los que desean iniciarse en el saber humano, porque nunca recurre
Varela a esas fórmulas retumbantes y huecas en ocasiones, a ese complicado
embolismo en que hace gala de su profundidad, el talento maravilloso de muchos
escritores de nuestros días y aún de los pasados. Varela enseña, y tal parece que no
hace más que despertar en nuestro entendimiento, cosas que ya sabíamos
perfectamente, conocimientos que ya habíamos adquirido por los solos esfuerzos de
nuestra inteligencia. (Zambrano, 1865, p. 290)
Al igual que muchos educadores y pensadores del siglo XIX, José Martí, filósofo, poeta,
periodista y escritor, deja sentado toda una concepción acerca de la oratoria:
Orador es varón justo, generalmente instruido, que habla con palabras no nacidas de la
Retórica, ni del estudio de los labios. El hombre virtuoso, instruido que expresa
ardientemente la pasión” y que además es un “lidiador audaz” … “que ha de bregar con
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